SÍNTOMAS DEPRESIVOS Y UNA VIDA QUE NO PARA

 

Imagínate subiendo una calle muy muy empinada. Una calle larga, larguísima. No acaba nunca. Tienes absoluta libertad de movimientos pero tienes que llevar puesta una armadura de acero que pesa lo indecible.

Una armadura que va de pies a cabeza. Algo extraordinariamente llamativo y que además no permite que seas reconocida más allá de “la colgada esa que anda subiendo con una armadura”.

Llega un momento que no tienes más ganas de dar un paso. Crees que es natural que estés cansada y te paras y descansas.

Pero claro, eso conlleva que te des cuenta que ya has perdido de vista a las demás personas que antes estaban a tu alrededor y que han seguido avanzando hacia aquel horizonte que nunca llega.

Descansas. Miras a tu alrededor y te da la sensación de que no has avanzado nada hace mucho. Sigues en el mismo punto desde que alcanzas a recordar.

Eso te paraliza. Intentas entender qué pasa pero sólo notas el calor dentro del traje.

Al final te acostumbras a esa calidez que poco a poco hace que caigas dormida.

En sueños corres, bailas, hablas, creas… también tienes miedo, sufres, te asustas o pasas angustias. Tus sueños son como una vida completa, con dos ventajas, la primera es que puede ser parada y reiniciada tantas veces como sea necesario. La segunda es que no llevas armadura.

Pero de vez en cuando despiertas y sigues allí, en aquella empinada calle, sentada en un banco y con aquel peso y tu cuerpo no está dispuesto a seguir viviendo en ese constante cansancio y desgaste. Te da igual quedarte sola. Paras cada vez más a menudo. Nadie parece ver más allá de aquella carga y nadie está dispuest@ a pensar en tomar otro camino, en buscar una ruta menos empinada. Nadie parece darse cuenta que ese traje que te han colocado a ti sin haberte preguntado puede ponérsele a cualquiera sin aviso previo.

Y hace tanto calorcito dentro, se está tan bien durmiendo… despierta todo son juicios. La gente con la que te cruzas e intentas entablar una conversación está tan concentrada en subir la cuesta que sólo ven como apareces de forma intermitente y o bien te juzgan o bien te ignoran y es que no tienen tiempo de pensar en que no desapareces sinó que estás en sentándote, durmiendo, descansando… para poder seguir adelante. Lo único que es visible es que no estás siempre y eso, hoy en día, es síntoma de falta de responsabilidad, de rigor, de compromiso, si no estás 24 horas presente para los demás no tienes derecho a estar.

Y ya da igual cuánto te esfuerzas. Más allá hay otro banco y, como la bruja del páramo en el castillo ambulante, estás tan agotada de subir que ni piensas en las consecuencias de sentarte en ese asiento.

Y así, poco a poco, entre momentos que no entiendes, espacios de soledad y algún rato compartido… el tiempo pasa, siempre bajo el velo del cansancio, del agotamiento, del letargo… del sueño vivido y la vida soñada.


(Imagen vista hoy en internet y que me ha dado el empujón a contarlo)



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