Hace mucho que no ponemos nada por aquí.
Lógico. Tras muchos meses de recaída en depresión es ahora
cuando comienzo a encontrarme en el fondo de los ojos que me miran desde el
espejo.
También es ahora cuando, poco a poco, muy poco a poco, las
manos tienen ratos en que tiemblan muy poquito y puedo aventurarme a escribir. Porque
era un verdadero festival lo de mezclar letras y dar intros sin querer y demás.
Entre otras cosas porque como mi mente sabía lo que quería escribir mis ojos
pasaban por el texto sin poder centrarse en él y daban por supuesto lo que ponía
así que dedos, manos, ojos y cerebro los unos por los otros la casa sin barrer.
Es normal por otro lado, SÓLO hace un año, para estas
fechas, estaba ingresada.
Os lo explicaré más a fondo en otro post, porque ha sido un ingreso
domiciliario y eso me ha ayudado mucho, muchísimo.
De la misma manera también habrá un post para Pablo, el
entrenador del grupo de deporte del CSMA (Centro de Salud Mental para adultos
de Terrassa).
También os explicaré otro día sobre el grupo de Trabajo del
mismo centro de salud especializado específicamente en trastorno bipolar y lo
muchísimo que reconfortaba aun cuando removía por dentro de una manera
tremenda.
Por lo pronto voy a explicaros qué he hecho hoy porque es
importante que veáis que casi dos años después… la vida es como es, la nuestra,
distinta.
No he vuelto a la normalidad. Nunca estuve en ella. No puedo
alcanzarla… ¡Y menos mal! Porque, ¿seguro que lo que consideramos normal socialmente
es sano y saludable física, mental y emocionalmente? Pero eso es harina de otro
costal, concretamente del filosófico, que también exploraremos en el futuro.
Retomo el hilo. Hoy.
Cuando Raúl se levanta a las 7 con los niños me trae la medicación
a la cama. Tengo que tomar la hormona para la tiroides en ayunas y dejando el
tiempo mínimo hasta comer. Me dijeron que mínimo 15 minutos.
Pero como soy muy bien mandada, me doy la vuelta y me vuelvo a dormir :P
Me suena el despertador a las 7:15. Lo apago. Vuelve a sonar
10 minutos después. Lo apago. Y así hasta las 9:00 más o menos. Tengo un
despertador nuevo, me permite poner dos alarmas a horas distintas y suena cada diez
minutos una melodía agradable pero lo suficientemente estruendosa para que
despierte a cualquiera. Menos a mí.
Así que en algún momento de la mañana he conseguido apagar
las alarmas del todo en el botoncito pequeño y he seguido durmiendo hasta escuchar
a Leia, mi hija, que se ha levantado mala y se ha quedado en casa, hablar con
Bipi, nuestro Agaporni.
Debían ser las 9:30h o las 9:45h cuando he ido a la cocina,
he cogido el café con leche de soja que Raúl me deja preparado ya en la taza y
los cereales integrales con chocolate negro. Me he sentado en el sofá a desayunar
junto a la peque y el bichillo emplumado.
Media horita después he mandado a Leyi a acostarse de nuevo
para que descansase. Y yo, Tik Tok por aquí Twitter por allá, no recuerdo como
me he plantado a las 12 del mediodía que llegaba Raúl de entrenar. En algún
momento por eso he debido hacer la cama, pero no lo recuerdo.
Hemos hablado de unos vídeos que quiero subir (acabo de
borrar la expresión “tengo que subir” porque el leguaje crea realidades) a RRSS
este finde para Rcr19 y he podido realizar un mapa conceptual para tener un
mínimo guion. Luego he buscado la forma de hacer un openning chulo para los
vídeos que sean de divulgación deportiva.
Iba y venía de la cocina al sofá. Terminé las patatas y puse
a saltear un pack de “carne vegetal” adobada y unas salchichas para los críos.
Puse la mesa y puse los Simpson. Los tres comimos mientras
Raúl y yo reíamos y nos mirábamos y yo me sorprendía de nuevo, como cada vez
que sus ojos se topan con los míos, de verle lo absolutamente guapo y buena
gente que es.
Comí, más de lo que necesitaba, entre patatas con mojo rojo
(de bote), regañás y proteína vegetal. De postre un yogur de soja de chocolate.
De nuevo Tik Tok y Twitter y el rato pasó entre el sofá y
estirarme un poco en la cama con la excusa de trabajar.
Leyi revoloteaba por casa, Rubén llegó del instituto, comió
y todo fluyó, como siempre, como cada día, con Homer y Bart de fondo, las
teclas de Raúl sonando, la luz entrando por las ventanas, Bipi comiendo alpiste…
en fin, el día a día.
Ya en la cama vino Raúl y estuvimos contestando unas
preguntas de cultura general y cálculo mental que encontré en TikTok
(@oscarpregunta), bueno, estuvo, al menos en lo que a cálculo se refiere, yo en
la primera operación me pierdo. Está bien estimular mi mente poco a poco con
este tipo de cosas. Es cierto que paso muchas horas en redes sociales pero al
menos me queda la tranquilidad que el contenido que busco y consumo suele ser
siempre de calidad, cultural o de divulgación científica, histórica, etc. Aún
así no soy lo bastante fuerte para resistirme al algoritmo y caigo una y otra y
otra vez en las redes que nos capturan. Supongo que no les pusieron “redes” por
que sí.
Me he maquillado y peinado, jolin, me he visto hasta guapa.
Y al salir del piso… crack. La rodilla izquierda me ha empezado a molestar y
doler sin conocimiento. No sé en qué momento debo haber hecho el mal gesto. Desde
hace unos días estoy intentando entrenar un poquito haciendo rodillo en casa.
Rodillo es un sistema por el que la bici que tienes se acopla a un aparato con
la rueda de atrás que te permite transformarla en una “bici estática”. Para
quienes no lo hubieran oído.
Cojeando y de la mano de Raúl llegué al local. Ibuprofeno,
el resto de Lassi fresquito y contestar algún e.mail y buscar algún recurso
para los vídeos de mañana (y más tik tok, Instagram y Twitter) y aquí estoy.
Sentada aun frente al ordenador, asustaílla con ponerme de pie, esperando que
Raúl atienda a todos los clientes para que pueda ayudarme a llegar a casa si
fuera el caso.
Hoy cenaremos picoteo de sobras que hay por casa. Tomaré una
cerveza a la salud de la vida y su broma del día (hoy la rodilla) y recordaré
que este es mi hoy. Puedo vestirme, puedo mirarme en el espejo, puedo salir a
la calle, puedo sonreír, puedo valorar tener a mi lado al hijo y la hija más
increíbles que hubiera podido soñar, puedo sentir en cada poro de mi cuerpo y
en cada pensamiento la suerte de que mi mejor amigo sea la persona que me
acompaña en la vida.
Puedo mirar a mi entorno y ver qué estoy rodeada de libros
que me llenaron la vida de historias y
viajes y que, algún día, volverán a hacerlo.
Puedo disfrutar de intentar recetas nuevas y acertar o
aprender. Y también puedo emocionarme pensando en que echo de menos a mi padre
o a mis abuelos pero viven en mí. Y la lionesa de trufa o la torrija de
chocolate ya no me la traen ellos cuando el mundo se hunde, las hago con mis
manos y con las de quienes sí están hoy en mi vida.
Tengo mucha suerte. Duermo en una cama. No falta comida en
la nevera. Mis hijos están sanos. No se puede ser más afortunada.
No, no he trabajado ocho horas hoy, ni dos probablemente. No he
limpiado. No he hecho nada de lo que el resto de la gente “útil” hace.
Pero me he despertado, he vivido el día y, lo más
importante, he deseado vivirlo.
Y aquí estamos, dos pasos adelante, uno atrás. A veces más
firme y otras tambaleante. Pero aquí estamos. Aquí estoy. Y a veces me parece
increíble haber llegado hasta aquí.
Tiene mucho mérito. Este día que os he descrito. Un día "mediocre", nada "productivo", es un día más de vida, de sentir, de soñar, de
pensar, de tocar, de saborear, de respirar.
No sabéis lo importante que es un día más cuando todas esas
cosas que todo el mundo hace de forma natural son el trabajo, con mucho, más
duro.
Otro día.
Otro día más.
Y a por el siguiente.
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