El aislamiento individual en el caso de los seres humanos no es un estado normal. Nunca. Da igual si la persona tiene alguna patología, si es de un modo u otro, si vive en alguna parte concreta o dónde ha nacido.
El aislamiento individual se ha considerado y utilizado durante siglos como
castigo. De hecho, se utilizó y utiliza como tortura.
El aislamiento no es sólo dejar a una persona sola. De hecho
la soledad no es en absoluto algo negativo, incluso es un gran regalo de vez en
cuando, algo imprescindible para conocernos a nosotr@s mism@s, para entendernos,
valorarnos y querernos.
El aislamiento no es dejar a alguien solo, es dejarle muy
claro, recalcarle constantemente para que no dude ni por un segundo, que está
solo mucho más allá que en el plano material. Que está solo sobre todo en lo emocional.
Eso es el aislamiento. Está demostrado, aunque las personas
sigamos tolerando el uso de la tortura con la excusa de que hemos deshumanizado al otro,
que el aislamiento causa secuelas que pueden ir desde la depresión hasta la
psicosis.
¿Este post va del aislamiento debido al confinamiento? NO.
Va de juventud y el aislamiento que sobrevuela constantemente esa época.
Es obvio que el confinamiento ha venido a impedirles un progreso lógico y que lo sano es que nuestra juventud pudiera relacionarse de forma libre para desarrollar aquellas aptitudes sociales y personales que en la fase vital en que estén deben desarrollar.
¿Hoy necesitan que nos enfoquemos en lo
que las carencias añadidas por la crisis del Covid-19 suponen para ell@s? Por supuesto.
Además de todo ello, debemos ponernos de una vez frente al
espejo y preguntarnos si todas esas barbaridades que vemos que están pasando a
nuestra infancia y nuestra juventud no pasaban antes.
Y es que la evidencia es cabezona. Por mucho que quieras huir de ella
acaba determinando la forma de nuestro mundo.
Y la evidencia es que el aislamiento (da igual como lo llamaras, bulling, acoso, marginación)… ha estado siempre ahí y no de forma "democrática", como en el confinamiento debido al covid, si no como arma para herir y dañar. Para perpetuar que las relaciones humanas se basen constantemente en el poder. Par acolocar desde temprana edad que hay quien está por debajo y hay quien está por encima.
Sólo vale el que sobrevive a esa guerra que nos plantea el entorno y que nosotros mismos nos autoimponemos y se mantiene, al final, de pie sobre una pila de cadáveres que ha vencido en el camino.
Y nosotr@s, tod@s, somos responsables de que esto haya sido
así y siga siéndolo. Lo aceptamos y participamos de ello.
Hagamos un ejercicio: Imagina que en este momento te secuestran, te tapan los ojos, te
meten en un avión y te van zarandeando sin escrúpulos hasta que de pronto la
venda se cae y tú estás solo en una habitación de tres metros de largo por uno
y medio de ancho. No hay ventanas. No hay de nada. Sólo una jaula de cemento.
Llamas y nadie contesta. Golpeas las paredes pero nada
suena. No hay luz. No sabes si es de día o de noche. Sabes que, independientemente
de dónde estás tú, el tiempo sigue pasando. Sabes que tu familia sigue con sus vidas,
que los niños crecen y los mayores mueren. Todo sigue adelante salvo tú.
No creo que podamos ni imaginar lo que debe ser ese infierno.
Pues bien, cada vez que hacemos una broma sobre machismo,
homofobia, etc… ponemos un ladrillo en la jaula de alguien.
Cada vez que criticamos lo que alguien lleva puesto y
ridiculizamos la forma de expresarse en el vestir de alguna persona estamos
poniendo otro ladrillo.
Cada vez que llamo gorda, fea o pongo motes o palabras dañinas a alguien, pongo otro
ladrillo.
Cada vez que perpetúo una sola norma de ser, vestir,
expresarse, un solo estereotipo que crea una falsa realidad de lo que es “normal”,
ergo está bien, y lo que no, ergo está mal, pongo otro ladrillo más.
Cada vez que le digo a alguien que su forma de vivir,
pensar, expresarse es rídicula estoy poniendo otro más.
Cada vez que le digo a alguien que podría ponerse cremas
para quitarse arrugas o depilarse la cara o hacerse un tratamiento para
quitarse las estrías, pongo un ladrillo nuevo.
Cada vez que me río con mis colegas de que friki es ésta,
que mal vestida va la otra, que gorda se ha puesto la vecina o que fea ha salido
la niña, pongo otro y otro y otro.
Y somos nosotras, todas las personas, las que cuando vemos a una niña de quinto de primaria decirle a otra (a gritos y entre risas en su grupo) que va ridícula por los calcetines que lleva, y la justificamos con las frases tipo "son cosas de la edad" y "no es para tanto", somos cómplices de la humillación.
Estamos creando jaulas donde estamos metiendo a nuestros hij@s. Y cada vez más de ell@s ya no tienen salida.
A su alrededor las palabras ¡maricón! ¡gorda! ¡friki! son las
paredes, el techo, el suelo que cierra su libertad. Estamos convirtiendo lo que son, su individualidad, aquello que los hace únicos y especiales, en una otredad, en una rareza, en algo que no entra en el estándar y por tanto es intolerable. Le estamos dejando fuera. Le estamos aislando.
Pero nuestros hijos e hijas son así, son diferente, TOD@S. De un modo u otro. En una edad en que de por si su autoestima oscila constantemente y se construyen los cimientos de sus monstruoes del futuro, les estamos recalcando que lo que son, el quién son, no vale.
Lo ven a cada instante. Aquello que refleja el espejo no sale en las historias
de Instagram. Por más que busque no encuentra donde encajan en la sociedad. Mientras, sus compañeros y compañeras le recalcan constantemente que no, que no
tienen un hueco entre ellas, que toda la que no lleve el chándal hasta el pecho,
los calcetines invisibles y el top de tirantes es ridícula y no debería
existir.
Ese chico al que llaman gordo no ve a más gordos a su alrededor
y cuando pone la televisión, entra en redes sociales o busca en las revistas,
no hay "gordos" como él. Aunque ni siquiera lo sea, aunque toda su distorsión provenga de la ansiedad que este mundo de la imagen y el estrés le causan.
Esa chica que dibuja anime en su habitación y juega a videojuegos como e Minecraft no tendrá conn quien hablar, lo que hace es ridículo, no es serio, no tiene cabida en el mundo real y se lo dejarán muy claro a cada instante.
Entonces, la chica del chándal, el chico que se ahoga en ansiedad o la artista que esconde sus obras lucharán a tope por ser parte del grupo. Se dejarán literalmente
la vida intentando demostrar que sí que existen, que pueden ser parte del grupo, que pueden ser aceptados, valorados y queridos. Se autolesionarán para sentirse viv@s, llamarán la atención como sea, perderán en el camino
posibilidades de formarse y desarrollarse si eso les hace tener un segundo de gloria, dejarán de comer para ajustar su
cuerpo a l@s demás y además podrán hablar de pronto de la dieta de moda con la
mayor parte de su entorno, que a su vez estará a dieta para entrar en ese molde inasumible.
Tienen que recordarse que están vivos viéndose en los ojos
de los demás. No pueden hacerlo de otro modo. Es un desarrollo natural en
nuestra especie. Buscar el propio lugar. Tomar conciencia de la propia vida. Sociablizar. Demostrarse que pueden sobrevivir por si mismos en el mundo de todes.
Pero en esta sociedad material, inhumana y vacía de todo valor, muchos y muchas pisan la cabeza del de al lado para sobresalir y muchos y muchas otras, que quizás no se atreven a ser los primeros en poner el pie sobre esa cabeza, luchan por que esos que sobresalen les miren y les tengan en cuenta. A veces para no ser pisados, a veces porque quisieran estar ahí arriba. Y ríen las gracias del tirano y apoyan las causas de la abusadora porque es lo normal. Porque siempre ha sido así.
Mientras, en esa embriaguez de destrucción y maltrato, muchos y muchas jóvenes han quedado absolutamente
aisladas del mundo, las tenemos metidas en la celda de nuestras bromas, juicios
y despreciables actitudes.
Nos creemos que no pasa nada, que nada es para tanto. Sin embargo, si mirásemos a nuestro alrededor, nos estremeceríamos al ver que a penas queda un tabique por construir en nuestro propio infierno. Y es que nosotras y nosotros mismos ya estamos en esa habituación de prejuicios que nos hemos fabricado entre todos y todas. Todo lo que lanzamos al mundo construye la realidad de toes. También la nuestra.
Somos esclavos de la imagen, siervas de la dictadura de la moda que nos destruye y anula. Deshumanizamos al otro y en realidad con ello sólo perpetuamos precisamente la idea de que las personas pueden ser deshumanizadas, cosificadas. Todas nosotras. Y como no nos reconocemos entre nosotras, devaluamos el poder de la empatía, el acompañamiento, el respeto y la diversidad.
A quién le parezca bien pues, el ejemplo que ha motivado
este texto, (niñas de quinto, una con calcetines altos siendo ridiculizada por
las demás (calcetines invisibles) que con desdén y entre risas la dejan aislada a la entrada del
colegio) quizás deba revisar los conceptos aquí expuestos y el daño que el
aislamiento supone.
A quienes no les parezca bien que pase eso entre nuestra infancia o juventud les lanzo una pregunta: ¿ y por qué lo haces tú?. ¿Cuántas veces criticas/opinas
sobre las demás personas colocándolas en un lugar muy concreto de esa escala de
valor artificial y patéticamente material en que vivimos?
Como siempre, de nuevo, el aislamiento como tortura. Y el torturador sin aislar.
Habría que hacer un cambio en esta realidad. Nos jugamos
la vida. La de TOD@S.
Míriam Pasalodos Vaya
PD: Y en apoyo de aquellos y aquellas que son vilipendiados hoy, siendo tan generalizado el pensamiento de que el sistema
en que vivimos es una aberración, deberíamos empezar a pensar que quienes se
salen de él son luz e inspiración en lugar de atacarlos como esclavos encadenados. Quizás deberíamos tener cuidado de nuestro prójimo y que del cortijo se busque la vida solo que recursos le sobran.
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