Y otra vez se me ha escapado de las manos. Como haber sostenido un hielo con sumo cuidado constantemente olvidando que se tenía que derretir y cuando te das cuenta y miras la mano por mucho que intentas que no se vaya, cuanto más fuerte cierras el puño, más rápido el agua se escurre sin que puedas hacer nada por mantenerla en tu palma.
Y otra vez esa sensación de estar frente a una ola que te va
a arrasar y sólo parar ese momento, ese instante, te reconforta.
Paras todo, paras todo lo que puedes quiero decir. Por
desgracia sólo puedes pararte a ti misma. El tiempo sigue corriendo y el día a
día te sigue atropellando.
No sentir nada. Eso es importante. No sentir. Así puedes
mantenerte estable. Como un cojín que ahora pones aquí y ahora allí para que el
salón siga pareciendo un salón en concreto y ordenado en lo mínimo. Un cojín
que ahora está en el sofá, ahora en la cama, ahora…
Pero las personas no somos cojines. Quieres serlo pero no lo
eres y lo sabes. Sobre todo lo sabes porque te obsesionas más que nunca con la
imagen que de ti hay en los ojos de los demás.
Por supuesto esa imagen es patética y terriblemente
peligrosa. Tus hijos sufren porque tú estás todo el día en pijama, porque duermes
mucho, porque no haces nada, por un millón de cosas que, más que probablemente,
ni siquiera sean la realidad absoluta.
Al principio piensas que has hecho mucho trabajo divulgativo
para que se entiendan las distintas realidades y que se reduzcan los juicios.
Recuerdas el apoyo que siempre has recibido al respecto de tu enfermedad. Pero
es muy difícil que haciendo trabajo fuera se cure la peor de las heridas, la
que supura vergüenza, crítica constante, rabia e ira. Porque es tu herida la
que más fuerte te duele. Y esa no se cura en los otros si no en ti misma.
Lo que pasa es que esa herida sangra, sangra, supura y te
vacía y el dolor del principio cede a una anemia mental que comienza a dejarte sin
consciencia. Sin acción. Te vuelve constantemente aquellos versos de Garcilaso
que ahora sabes porque nunca pudiste olvidar:
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
Sin embargo no lloras. Al menos no lloras lágrimas. No hay
forma. Las misma que siempre están presentes y que tantas bromas causaron ante
cualquier pequeño aliciente (un apelícula, un anuncio, una canción…) no salen
ahora de ti.
Ahí estás de vuelta en ser un ser inerte, que no siente, ni piensa,
ni hace. Sólo pensando en dormir. En descansar. Tienes ganas de silencio, de soledad.
O más bien no tienes ganas de nada, sólo te sientes libre y sin presión sola,
en silencio, escudriñando el sonido de la nada y soñando con desaparecer de un
momento a otro. Que tus átomos pasen a formar la manta, la ventana, la cortina,
la mesa, la lámpara o el suelo.
Pero aunque intentas concentrarte en esa fantasía de paz tu
mente no te deja y te recuerda constantemente el fracaso que eres. Lo vaga que
eres. Lo triste que es que haya personas que tengan que compartir la vida contigo.
Es curioso, los peores momentos hoy por hoy son aquellos en
que estoy fuera de la nada intentando cocinar, saliendo a comprar con los niños
o simplemente sonriendo a las bromas de mi pareja. Ahí llega el sentimiento pero
de todos con muchísima diferencia. La culpa. Todos van a pensar que finjo.
Si salgo, si hago, si escribo, si expreso, si río… todos van
a pensar que es mentira. Que no me pasa nada. Nadie me cree. Nadie lo entiende.
Estoy segura porque yo no lo entiendo.
Estoy en la cama y creo que leer sería mejor que dejarmen
llevar por la marabunda de mis tóxicos pensamientos pero eso sería ser culpable.
Leer cuando tendría que estar mal quiere decir que puedo hacer lo que quiera,
que elijo. Soy una constante impostora que se aprovecha de todos. No merezco
nada. No soy nada. Qué vergüenza de persona.
Consigo calmar ese pensamiento intentando reconectar con la realidad.
Entonces siento cada mordisco del vacío en mi pecho y mi estómago. Un vacío que
se va haciendo cada vez más grande y que no hay comida, bebida, pensamiento, libro
o estímulo que acabe de saciar. Un vacío que sólo te deja tranquila cuando
estás sola, inerte y en silencio.
Pero te levantas otra vez, cocinas otra vez, ves esa serie
con tu pareja, mandas ese meme a ese grupo, intentas bromear y hablar con tus
hijos, ordenas un poco para transmitirles que no hay excusa, que tienen que ser
ordenados, trabajadores, constantes. Todo lo que tú no eres.
Todo lo que tú no has sido nunca. Y vuelve el veneno a la
mente de que eres lo peor que puedes darles a quienes te rodean. Y quieres
pedir ayuda porque no quieres sentir eso pero el veneno también tiene forma de
cortar ese camino y te convence que da igual lo que digas, lo que hagas, nadie
te va a creer.
Ahora estás bien y ahora no. Porque no quieres. Hoy entrenas
y luego te tiras una semana arrastrándote porque no quieres. Porque no sirves.
Seguro que te iría bien salir, o hacer o hablar. Y te
esfuerzas y quedas con gente y planificas cosas y sólo piensas que al día
siguiente de cada uno de esos planes no podrás con tu vida pero que tienes que
poder porque tus hijos volverán del colegio y de ningún modo pueden encontrarse
un despojo en la cama. No puedes hacerles eso.
Y es tan cansado. Y tan difícil de explicar. Y soy además
tan rara y me siento tan lejos de la realidad del resto que pienso que es
verdad, que estoy fingiendo, que no pasa nada y sólo soy una vaga. Una inconstante,
irresponsable y vergonzosa vaga.
Y fantaseas con la idea de morirte porque entonces nadie
negaría que te pasaba algo. Pero no puedes hacerlo. No puedes hacerle eso a tu
familia. Entonces eres un monstruo.
La televisión se encenderá mañana, yo colgaré un post en las
redes y quizás escriba un artículo sobre las propiedades de la alcachofa. Y
recogeré la cocina, no por ganas, por pura vergüenza y me vestiré. Y como mis hijos
estarán en casa a lo mejor incluso me subo en el rodillo.
Pensaré que está todo pasado, que efectivamente todo era
cuestión de voluntad. Cada día te despertarás pensando que no quieres despertarte
y la mayor parte de los días te culparás por levantarte casi a mediodía y la
otra mitad por lograr levantarte pronto y perder horas y horas mirando insensible,
de manera automática, sin sentido, la pantalla del móvil.
Estoy cansada. Quiero descansar. No puedo más pero sigo y
todo el mundo parece ver en mí una veleta que se comporta según el viento del
día. O soy yo quien me veo así. O yo que sé. Símplemente quiero dormir. Desconectar
de todo y dormir.
(EN ESTA SITUACIÓN ES CUANDO HAY QUE PEDIR AYUDA. AL
PSIQUIATRA, A LA PSICÓLOGA, A QUIEN SEA. TENER CALMA Y ESPERAR Y DEJARTE ACONSEJAR
POCO A POCO. RECORDAR QUE CONFÍAS EN QUIEN TIENES AL LADO Y DEJARTE AYUDAR. INCLUSO
AUNQUE CONSIDERES QUE NO LO MERECES. TIENES QUE DEJAR QUE TE AYUDEN. SI NO POR
TI POR ELLOS. SI NO POR ELLOS POR TI).
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