VIVIR CON UN COCODRILO

 

Cuánto tiempo sin escribir… Pero no puedo hacerlo de otro modo.

Es durísimo porque vives con la presión constante de que ya para qué. Si no es con la periodicidad concreta y los tiempos claros y marcados que marca el estándar no vale.

Pero no puedes. No puedes hacer las cosas como lo hacen las otras personas porque para eso deberías no tener que preocuparte del otro trabajo que nadie ve y que no puedes evitar hacer porque es: no morirte.

Lo primero que tienes que hacer por la mañana es levantarte. Que sí, que nos cuesta a todas las personas, que madrugar no es natural y el sistema en que vivimos no es lógico ni está pensado para respetar la vida y sus necesidades. Estamos absolutamente de acuerdo.

Ahora bien, como solemos hacer por aquí, vamos a imaginar algo que nos permita mediante el uso de la alegoría.

Ahora imagina que notas que te acabas de despertar por la mañana. Pero imagina que te has despertado en una cama en la que sabes que hay un cocodrilo durmiendo a tu lado. No, no es un león, ni un tigre, ni un elefante…

Es un reptil con un cerebro diferente al nuestro que, si bien como todos los reptiles, tienen un cerebro relativamente pequeño, es más avanzado en el cocodrilo que en otros. Entre otras cosas tiene una verdadera corteza cerebral. Posee nervios de origen dermal restringidos a los lados del muro ventral del cuerpo. El hecho de que este animal sea capaz de hacer tantas cosas diferentes y tener un alto nivel de inteligencia se debe, en parte, a esta corteza cerebral.

Tiene una capacidad increíble para sobrevivir y autoconservarse y esto se debe a que su evolución se ha centrado en conseguir una inteligencia que responda rápido e instintivamente con ese propósito. De hecho, cuando hablamos en las personas del “cerebro reptiliano” nos referimos a la parte más primitiva de nuestro cerebro, es decir, aquella se ocupa de tareas automáticas básicas. Aunque indispensables para la vida.

Los reptiles, y los cocodrilos en particular, simplemente carecen de las funciones que nosotras llamamos “más complejas” del cerebro humano. Sienten, temen, etc. pero no desarrollan un “lazo afectivo” del modo en que lo hacemos las personas. No pueden entender que no deben morderte si tiene hambre, se sienten amenazados etc. Como su forma de situarse en el mundo es diferente a la nuestra no pueden ser predecibles en su comportamiento porque su instinto y nuestras necesidades son absolutamente diferentes.

Un cocodrilo sabrá cómo buscar comida, cómo defender su territorio, que cada tanto debe buscar pareja y reproducirse, cómo cuidar de sus crías pero no utilizando, mejor dicho, no percibiéndose ni percibiendo al mundo como lo hacemos los seres humanos.

Así pues, te despiertas pero no eres ni capaz de abrir los ojos porque notas que tras de ti el cocodrilo mueve la cola. Debe estar despierto. Entonces piensas que mejor seguir durmiendo, total, si te levantas antes o después el cocodrilo te descubrirá y te atacará así que decides quedarte un rato más.

Por poner un poco más de contexto, cabe destacar que para reaccionar así esta persona ya ha asumido al cocodrilo. Lleva años viviendo con él, ya sabe lo que hay. Es consciente de que no lo ha elegido y ha intentado huir tantas veces de él que se sabe ya de memoria que lo único que logra corriendo es asustarlo y que le muerda. Tiene tantísimas cicatrices que le recuerdan que eso de “pues suéltalo en el bosque”, “pues ignóralo y así no te hará nada”, etc. son falacias de quien nunca ha tenido a uno pegado en su cuerpo. Es decir, la persona de la historia, mujer para más señas, es una de esas personas raras que asumen su vida y que intenta no revolverse a la realidad porque ésta SIEMPRE tiene las de ganar.

Y aun así, con toda la experiencia y datos, ella aun sigue pensando en la gente, en la que seguramente se siente decepcionada porque ella no sepa quitarse al cocodrilo de encima, quienes condescendencia le dicen que algún día domará al animal indomable y, por supuesto, en aquella gente que cree que lo elige ella. Que es muy cómodo vivir con un cocodrilo porque así tienes siempre una excusa para no “esforzarte como las demás”, curiosamente esos mensajes vienen de quien serían absolutamente incapaces de cambiarle el puesto aunque fuera un segundo, sin rendirse a la primera.

Pero volvamos a esa mañana y al despertar de esa mujer. Cansada vuelve a dormirse y vuelve a despertarse intentando sentir si su reptil compañero está despierto o dormido, si se mueve o no, si tiene hambre o está calmado en cada ocasión.

Una de las veces parece que está muy muy quieto y no se intuye que esté a la defensiva, así que ella se levanta y se va con cuidado al baño.

Pero al mirar la puerta ahí está él, mirándola con los ojos fijos y ella, que sabe que no puede pedir ayuda porque por mucho que chille no hay forma de que otra persona pare al bicho, entre otras cosas porque sólo lo ve ella, se queda paralizada un rato y acaba comprendiendo de nuevo la mirada de ese animal que le recuerda quién marca las decisiones. Así que ella agacha la cabeza obediente y se vuelve a tumbar en la cama para que él pueda descansar a su espalda.

El cocodrilo se duerme por fin y ella se levanta pero no puede dejarlo atrás. Como si una especie de campo de fuerza los mantuviera unidos, lo lleva consigo constantemente, a ratos duerme y a ratos se revuelve inquieto pero siempre ahí, a su vera. Las otras personas no entienden porque no lo deja en la cama cuando se levanta y él está dormido. Ella sabe la verdad: el cocodrilo es parte de ella. Es ella.

Es un animal invisible y eso ya debería darnos una pista de su excepcionalidad pero es que también destaca y es muy interesante en lo que a alimentarse se refiere. El reptil compañero se alimenta de palabras, de números, de ideas… cada segundo recibe nutrición del mundo, alguna lo calma y lo duerme un rato (como cuando ella se toma la medicación o habla con su psiquiatra y entonces ve cuanto le cuesta al cocodrilo estar alerta y cómo poco a poco a se atonta hasta dormirse, aunque ella para entonces esté tan cansada de lidiar con él que cae redonda en el reposo del sueño).

Otras veces se nutre de miedo. El miedo le encanta. Lo mantiene fuerte y activo y despierto. Todo tipo de miedo. El que viene de dentro y el que llega desde fuera. El de fuera por ejemplo el de quién mira y sólo ve una etiqueta que asusta. Pero nada le gusta tanto como el miedo de dentro, el que crece en el corazón de ella. Desde el que cualquier persona puede sentir cuando llega una factura y la cuenta se queda tiritando, hasta el de tener que enfrentar que no puedes seguir el ritmo de las demás personas y te quedas sola.

El miedo hiperestimula al cocodrilo. Es como una droga que lo deshinibe, lo vuelve más impredecible y entonces muerde y muchas veces la engulle casi entera. En esos momentos ella siente el dolor de la mordedura, los afilados dientes atravesando la carne y los huesos rompiéndose, un insufrible momento que termina con un desvanecimiento a causa de la pérdida de sangre. Entonces, justo después de morir, se ve de nuevo renacer en el mismo momento anterior, de nuevo junto a su compañero de sangre fría que de miedo se la comió y del que no puede escapar ni muriendo.

El miedo que alimenta al cocodrilo llega desde todas partes, a veces lo llamamos vergüenza, otras angustia o estrés, nervios… al final es el miedo a fallar, porque ya has fallado, el miedo a retomar, porque siempre acabas dejándolo, el miedo a no ser válida porque en tu espejo no sale lo que te dicen todo el día en imágenes que eres, el miedo a que no te quieran, el miedo a que no te escuchen, el miedo a que tu dignidad sea pisoteada una y otra y otra vez y no poder defenderte, el miedo a no ser como se supone que querían que fueras y a no ser como tú crees que deberías ser, el miedo a que el tiempo pase y que las cosas que eran granos de arena te parecieran montañas y que al esperar hayas provocado que sí lo sean.

Cosas como no tener la casa como toca, no haberte conectado en semanas o no contestar un email o un mensaje desde hace mucho tiempo caen sobre ti como losas de piedra que el cocodrilo identifica como comida y te tira al suelo y te muerde y piensas “¿por qué nunca se llena?”, te preguntas si no hay final y recuerdas que el odio, la tristeza y el miedo no llenan nunca a nadie. Siempre quieres más y más. Y lo sabes bien porque tu miedo también intentas que acabe comiendo. Tú también devoras comida basura y bebes y te atracas de dulces a cualquier hora y sin medida siempre esperando que, en algún momento algo, lo que sea, consiga saciarte y puedas descansar y curarte y reponerte y que tu cuerpo se fortalezca y pueda quizás algún día con el reptil de sangre fría. O al menos que sea el cuerpo que todas las otras personas te dicen que es el que vale y entonces ya no te odien o te culpen o te odies o te culpes y el cocodrilo no tenga miedo que comer y por fin se marche en busca de otro lugar en que sobrevivir.

Pero nada te sacia porque tu agujero también está hecho de miedo, de tristeza y de inseguridad y lo único que te podría salvar es la tranquilidad, la alegría y la seguridad y para eso necesitas un sistema que te permita estar tranquila, alegre y segura pero sólo hay un sistema igual de frío, nervioso e impredecible que tu cocodrilo y personas que viven y se desviven por mantenerlo y sólo atacan y destruyen a quien lo cuestiona y tú, con tu obsesión de vivir pegada a tu cocodrilo, eres el máximo exponente de ese cuestionamiento. Así que las personas sueltan más odio, más miedo, más… y tu cocodrilo come y te come y tú intentas rehacerte a base de comer y crecer y crecer pero nada pasa porque la que crece y engorda no está en la dimensión del cocodrilo y éste no se muestra en la dimensión de la glotona.

A veces, cuando estás demasiado cansada, ya ni comes, ni lees, ni reflexionas… sólo divagas y pierdes el tiempo ya que, como es tu modus vivendi (“perder el tiempo”) no va a pasar nada porque te dejes llevar por eso. Y miras adelante y ves al cocodrilo que él sí come sin respiro, devorar con ansiedad todo ese odio, tristeza, angustia, dolor y miedo que el mundo genera cada segundo y que le llega a través de tuiter o de los grupos de whatsapp o en las noticias o en el correo electrónico… Y si no estás conectada al mundo, sigues esclava de las redes, incluso sola, en silencio, mirando al techo… porque aunque creas que puedes evitarlo eres esclava perenne, insalvable, de la imagen, súbdita del estereotipo patriarcal neocapitalista… y sale de ti tu historia, sale de ti tu pasado, tu realidad del día a día y flotan todos los juicios y de nuevo la tristeza, la vergüenza y el miedo a “no ser” y cada pensamiento y cada juicio y cada autocastigo flota alrededor como las frutas en los árboles, como si de ti salieras ramas que el imaginario colectivo regó e hizo crecer esperando el florecimiento de tu sufrimento.

Y esos días sabes que estás tan cargada que el cocodrilo va a quedar tan lleno que no podrá moverse y estás en paz porque al menos no tendrás que temerle y te tumbas esperando que ese momento en que no está pasando nada por fin sea infinito, porque cuando pasan cosas, las que sean, al final la que acaba siendo mordida eres tú.

Otras veces tienes algo más de fuerza, lees algún libro y consigues estar en otra parte y por un momento y le pierdes de vista e incluso, si te has cargado bien de esperanza, si has leído bien y lo suficiente, si te has alejado lo bastante del sistema, te has cogido de las manos de esas personas, que también las hay, que siempre quieren ayudarte y arrancas hacia delante y te dan igual los bocados en los tobillos y la sangre que pierdes porque algo te dice que pronto se repondrá. Pero cuando logras alejarte de él un poquito el sistema es el que te da un buen golpe por la espalda y te deja de nuevo inconsciente a su merced. Y todo vuelve a empezar.  

Y así, unos días mejor y otros peor, el cocodrilo que te acompaña y tú seguís viendo pasar los días en el calendario.

Y como tienes que ocuparte de que no te mate mucho, de curar las heridas diarias antes de desangrarte, de entender cómo evitar los mordiscos y como convivir con las cicatrices, no te queda mucho tiempo para hacer todo lo que la mayoría de las demás personas creen que hay que hacer, incluida tú que te has criado entre ellas, y vas poniendo más y más cosas en la lista de pendientes, aunque hace mucho que nunca podrás hacer todo lo que has apuntado en ella porque necesitarías una vida entera y diferente para hacerlo.

Entonces te odias, odias al sistema que hace que te odies y entonces el cocodrilo despierta de nuevo porque sabe que el miedo está bueno pero el odio es una exquisitez y detrás de él siempre hay dolor y violencia y el aroma a esas delicatessen lo vuelven famélico y cuando está famélico ella se asusta y de nuevo el infinito e “insaciante” miedo. Y así uno y la otra se alimentan y conviven día a día. Momento a momento. Esperando sólo el instante en que él se la coma y ella no vuelva a renacer.

 

Así que, quizás podríamos replantearnos que pasaría si vivieras con un cocodrilo que se alimentase de ti y de tus emociones y que no pudieras domesticar porque no puede empatizar. Un cocodrilo que no puedes abandonar porque es tu vida. Porque eres tú. Como tus ojos tus rodillas o tus sueños, es una parte más de ti. ¿Quizás cambiaría tu forma de juzgar? ¿Quizás te darías cuenta de que la vida es otra cosa de lo que piensas y defiendes? ¿Y si no hay “una normalidad”? ¿Y si quienes tienen el problema no son quienes conviven como pueden con su cocodrilo si no quienes alimentan a los de las demás personas? En fin… a veces no se trata de buscar las respuestas si no de cambiar las preguntas.

¿Y si resulta que por fin te das cuenta de que tú también tienes al lado un cocodrilo pequeño creciendo poco a poco?

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