¿LUZ EN EL CONFINAMIENTO?


Siguen pasando los días y me llama la atención mucho lo difícil que se le está haciendo este confinamiento a muchas personas de las consideradas neurotípicas.

Pareciera que de pronto aquellos y aquellas que por circunstancias hemos vivido el prejuicio de vivir fuera del comportamiento o características estadísticamente más repetidas, podemos enseñar mucho sobre lo complicado que se torna que sólo haya una normalidad admitida.

Es muy probable que en estos momentos cada persona deba hacer una reflexión personal sobre de qué manera esa norma establecida nos ahoga a todos en mayor o menor medida ya que somos una sociedad donde ya tenemos establecidos qué debemos tener, cuándo y cómo, qué está bien y qué mal, en qué tiempos, fechas y momentos del día… Vivimos en un mundo dónde todas esas necesidades creadas nos parecen deseos naturales. Lo peor es que esa suerte de deseos construidos en nuestro imaginario son infinitos y sobre todo urgentes. Lo queremos todo y lo queremos ya.

Cuando una persona está en un hospital durante semanas, encerrada en un espacio con puertas con cerraduras y personas que se dirigen a ella a través de mamparas. Cuando una persona se levanta cada día con una rutina infranqueable e inflexible y sin la posibilidad de tener si quiera sus aperos de higiene cerca. Cuando una persona viste día sí y día también con pijama y aunque necesite ducharse no puede hacerlo si no es que toca en ese momento exacto. Si una persona sólo tiene una silla y en una habitación blanca con una ventana de seguridad que deja entrar la luz y el color, pero no la vida. Cuando durante horas sólo puedes contar los azulejos de la pared de enfrente una y otra vez para mantener tu mente ocupada. Cuando sólo queda el recurso de pintar un mandala o leer según que libros. Cuando durante semanas y semanas la mayor parte de las horas estás en silencio oyendo ese suave susurro del aire acondicionado que mantiene la habitación en un ambiente demasiado cómodo como para no dormir demasiadas horas… Cuando vives esas situaciones, descubres que no es verdad nada de lo que nos venden. 

Descubres que las necesidades que tenemos no son tener un capricho más o menos caro o viajar más o menos lejos. Descubres que cuando el tiempo se para y el mundo deja de girar puedes verte a ti misma. Por supuesto, eso no es agradable. Al principio quieres correr, desaparecer y no enfrentar aquello que da miedo y es, tu inmensidad, el abismo infinito que ha permanecido oscuro hasta ahora.
Pero si tienes el valor de dar ese paso, entrar en la sombra y llevar esa luz que entraba por la ventana de la habitación blanca comienzas a darte cuenta de que ninguna oscuridad resiste el brillo de la luz del sol que cada día, pase lo que pase, lo veamos o no lo veamos, brilla en el cielo y nos regala su luz.
Cuando te descubres sola, desnuda y en medio de la nada te das cuenta de que el problema no es la situación si no como la describes. No estás sola, estás contigo. No estás desnuda, estás libre de cadenas. No estás en medio de la nada si no al principio de todo.

Supongo que es extraordinariamente difícil verte así y volver de nuevo al mundo real, ese donde las personas corren y corren en círculos. Casi podemos hacer un símil para entender la vida de hoy si imaginamos un canódromo. Hay un montón de perros inocentes que dependen de dar alcance a un señuelo para seguir comiendo, siendo cuidados, viviendo al fin y al cabo.

En las gradas hay un palco de gente con sus copas de champán riendo escandalosamente, vestidas de sedas y raso con coronas de oro y capas aterciopeladas llenas de símbolos extraños para diferenciarse en una especie de subconjuntos familiares que fuera de aquel palco juegan a odiarse y en él sin embargo se envuelven en una orgía de abrazos, besos, risas y alcohol.

Y mientras ellos brindan, juegan y contaminan la atmósfera con el humo de aquellos cigarros grises cuya receta robaron a los hombres grises de Ende, los perros corren.

Los perros nunca dejan de correr tras el señuelo. No hay final en esa carrera, los perros viven y envejecen corriendo tras ese premio que nunca alcanzan y cuando no pueden más se retiran al borde de la pista.

En el centro de ésta hay un cercado. Está partido en dos. En uno están las perras recién paridas, los cachorros ciegos aún. Unas personas con trajes grises los miran y revisan y deciden si valen o no. De tanto en tanto otras personas con traje verde les traen comida. Cuando las perras están más o menos listas para seguir corriendo los trajes naranjas aparecen y se las llevan a bañarlas y prepararlas para que sigan corriendo. Las medican, aromatizan con hormonas y las preparan para que de nuevo en la pista mientras sigan al señuelo los machos no puedan resistirse a violarlas y así tener cachorritos siempre disponibles para llenar el circo para el palco que jamás lo mira.

Hay otro medio cercado. Junto al de las madres con cachorros. En él se dejan a los perros que no sirven, a los que nacieron mal, a los que no pueden someter, a las que no pueden controlar, a los que faltan de alguna pata…

Dicen que los del palco no se atreven a matarlos sin más por que la creación con la que controlan a los trajes de colores, Dios, no lo permite. No es que sean compasivos, aunque así lo vendan. No es que estén buscando como ayudarles, aunque así lo vendan. Simplemente es que no están seguros de que los trajes no se revolviesen contra ellos y, si así fuera, son más y los perros les obedecen. Así que mejor poder observar ese segundo cercado lleno de lisiados y despojos de perros para recordarse a sí mismos que controlan el mundo y recordarles a los trajes que no tienen por que temer que su Dios se enfade y que el mundo siempre ha sido así y así seguirá siendo. Es lo normal.

Hay quienes entre los trajes llevan comida a los lisiados. No quieren que sufran pues bastante tienen y les acercan las migajas que sobran de los tarros de las perras y los cachorros. Pero al final, antes o después, los lisiados acaban muriendo. Los hay incluso que hacen un agujero y entierran su propia cabeza. Diríase que deberían reaccionar por instinto para salvarse. Sólo tienen que levantar el morro y tomar aire. Pero no lo hacen. Ya no tienen ni instintos. Y además saben que hace mucho que están muertos.

Cada ocho horas el silbato recuerda que el señuelo sigue girando y que la carrera no para y mientras desde el lugar del cercado en medio de la pista sólo se oye el silencio y las zancadas de los perros, sólo se huelen sus heces y se mastica el polvo que la carrera levanta, en el palco sigue la música, las copas y las risas.

Y el señuelo sigue girando y los perros tras él.

Cosas que se le ocurren a una cuando sale de la pista porque su enfermedad la obliga y mira por esa ventana de la habitación como los perros (la humanidad) sigue girando tras el señuelo (el dinero) y se pregunta a si misma si ella es recuperable o si ya está muerta.

Vuelves al mundo. Una y otra vez. No hay forma de salir sola de la pista de carreras. Pero tú ya sabes que es una pista de carreras. Has estado fuera. La inmensa mayoría d ellos demás sólo han visto una perspectiva durante toda la vida, las patas de delante y el señuelo a lo lejos.

Y entonces, te das cuenta, si estás lo bastante fuerte y los trajes te han alimentado lo suficiente sin que se dieran cuenta en el palco, que los defenestrados no son los del cercado solamente. Son todos los perros. Sobre todo los que viven corriendo agotados siempre sin llegar a parte alguna.

Reflexiones de una mujer que ha pasado mucho tiempo en hospitales, que ha querido morir y se ha intentado suicidar, que vive cada día y que piensa, lee y sueña fuera de lo que para ella el sistema a decidido. Que pasa demasiado tiempo en la pista persiguiendo a señuelo (pantallas) pero al menos sabe que lo está y que sueña con que algún día veamos que en el palco son muy pocos y que el mundo entero, las posibilidades infinitas están fuera del canódromo.

El confinamiento no es difícil. Sólo es un momento desconocido. No cambiarán las cosas cuando los decretos cambien. Cambiarán cuando tú cambies.

Ánimo. El mundo es más de lo que nos han contado y sólo podemos verlo parando. No tengas miedo. Para. Estás viva. Eso que oyes en el silencio, que ves en la oscuridad, que sientes en la soledad: ESO ES LA VIDA. Disfrútala.

Fdo. Una INVÁLIDA del sistema con título oficial





APUNTE: Cuando describo la situación de un ingreso es real y es NECESARIA. Una persona que en ese momento está descontrolada puede ser un riesgo para si misma y para las demás por lo que mi apoyo a las medidas es absoluto (en la mayor parte de los casos y según mi experiencia). El sistema sanitario no tiene suficientes recursos para ayudas individualizadas y por supuesto la falta de educación emocional en la sociedad ciertamente también permite que se den aún hoy abusos y situaciones aberrantes que en el siglo XXI deberían estar superadas. Eso sí, yo he vivido muy pocas de esas situaciones y repito que creo que un protocolo bien gestionado que contemple todas las necesidades del enfermo Y del personal sanitiario es imprescindible para reordenar la mente. 

Comentarios

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