Este año iba a ser genial.
Iba a tirar todo para delante.
Las páginas que manejo iban a ir a tope.
Tendría tiempo y escribiría un montón.
Y todo fluiría sin estrés.
Y me prepararía y planificaría con tiempo para que no mi pillara
el tren.
Y todo iría bien.
Empezaríamos el año con la plantilla rosa, sus textos, su
montaje, etc. Un homenaje a quienes siguen a nuestro lado, marcharon o vienen…
Llegaría el primer concurso de medio ambiente, que era una
de mis ideas y sueños, y sería genial. Ya sabía qué texto iba a escribir. Ya
sabía qué quería expresar y transmitir y…
Luego el aniversario, este año la canción era especialísima.
Hacía mucho que la tenía elegida. Sabía cada detalle del por qué era importante
y cómo expresarla, era tan importante para mí…
Y así todo.
Muchas cosas en la cabeza. Demasiadas.
Y las dudas. El miedo. Las ideas que de pronto no conseguían
salir. Y lo intentaba y comenzaba y… los proyectos siempre acababan quedando tirados
en el borde del camino.
Y claro, el no llegar, no hacer, no lograr… es una pequeña
bola de humo negro que crece con cada quiebro del día a día. Y se hace tan
grande, tanto, que de pronto tu vida entera anda envuelta en ese humo oscuro. Y
sólo ves que nada está bien. Que nada es como quieres que sea. Empiezas a
pensar los días buenos que la culpa es de la vida que tienes, los malos piensas
que sólo tú eres la culpable.
Bebes, comes, duermes… para no pensar. Para intentar huír de
esas sensaciones.
Todo ello por que sí, hace ya muchas décadas que andas conviviendo
con tu trastorno y has logrado conocerle y racionalizarlo.
Y te levantas a las 5 a intentar demostrarte con pruebas
empíricas que tu mente te juega malas pasadas. Que las pesadillas sólo son
pesadillas. Y que no pasa nada.
Y sales a caminar cuando puedes pero justo cuando retomas…
llueve. Y ese día no sales y en casa estás sentada y quieres levantarte y subirte
a la elíptica pero tu cerebro te la juega, te anestesia y te deja divagando por
un mar de nimiedades de este mundo de candys, facebooks y twitteres que tenemos,
distrayéndote hasta que es demasiado tarde. Y luego te tortura con que eres la
culpable. Vaga, avergonzante, incoherente…
Y miles más de pérdidas de tiempo sin sentido. Unas tras
otras. Y todo lo empiezas pero nada lo acabas y cada día que pasa es un peso en
contra de poder tirar adelante aquellos sueños que siempre tuviste. Y que aun
tienes.
Entonces tu cerebro te recuerda que ¿qué más da? Nadie va a
oírte, ni a creerte… Eres invisible. No existes. Qué importancia tiene. Y entonces
eso te libera y piensas… y una mierda, qué le den a todo.
A mi ritmo mejor.
Pero tu ritmo no es el ritmo del mundo y un día te das
cuenta que ese “da igual” te ha dejado sola. Sin voz. Sin nadie que te escuche.
Y piensas… ¡qué injusto! Por qué sabes que sí vales, sabes que sí haces y sabes
que tu ritmo también vale, si no paras, y necesitas gritarlo. Pero tu cerebro
te la ha jugado.
Estás sola en una isla en medio del mar. Crees que has
fallado a muches y a quienes no fallaste sabes que es por que son
condescendientes contigo por que tienes una enfermedad.
Entonces te sientes enfadada y triste y tienes ganas de ponerte
en un rincón a compadecerte de ti misma.
Y todo eso, absolutamente TODO, lo ha hecho y lo hace tu
cerebro.
Me da miedo salir de esa isla. Aquí sé lo que hay. Nadie.
Nada. Ningún riesgo.
Pero necesito gritar, ayudar y hacer entender a quienes viven
esta situación ¡que no es verdad! Que no son menos, ni peores. Que no se conformen.
Que busquen la manera. Que no aplacen. Que no jueguen a priorizar a otro para
que les quiera y así tener excusa que no pudiste hacer más o de otro modo.
No sé cómo salir de esta isla. No sé si debo. Pero sí sé que
ahora quiero que vengáis si lo necesitáis. Y sí, espero algún día dejar de huir
y esconderme en la comodidad de ese rincón oscuro donde nos vana aparcando (nos
vamos aparcando) los locos.
Mientras, escribiré mensajes en botellas que lleguen donde
puedan. Si no me ven que no sea por no haber mostrado que estoy.
En días de lluvia, donde se da la casualidad de una situación
en que notas que eres invisible, he roto a llorar. Pero aunque me dejo sentir y
expresar como bipolar, no me dejo conformarme. Hoy no puedo seguir conformándome.
Por que perder las ganas de crecer, de intentar perseguir un sueño, de aprender
e ir un paso más allá… nos va enterrando poquito a poco sin darnos cuenta. Sé a
dónde conduce ese camino.
Y no quiero ir allí.
No existe la culpa. Existe la responsabilidad. Nos situamos
en dónde queremos según si pedimos o no ayuda, si dejamos o no que vengan a nuestra
isla, si cultivamos nuestro ser, si cuidamos nuestras relaciones… La vida es
cambiante. Pero es vida. Y mientras está, cada día, es una oportunidad de
empezar a hacer las cosas como quieres. Y también de continuar con tus sueños.
Y de llegar al final y cumplir tus metas.
Quiero retomar. No empezar. Y lo haré.
Espero me perdonen a quienes fallé. Me perdono por no
haberlo visto venir. Y voy a intentar entender que sé que es muy difícil
reconocer que estamos liándola, pero que si no lo reconocemos, no dejaremos de hacerlo.
Conoce tu pasado. Haz las paces con él. Valora tu presente. Aprende.
Pregúntate todo. Identifica con objetividad tus creencias. Rompe con ellas. Dibuja
cómo quieres pensar. Elige tu camino. Ten paciencia. Sigue. Puedes hacerlo.
Firma. Míriam Pasalodos Vaya
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